PUNTERO FANTASMA

Santiago parte siempre con ventaja

1972_ÑUB-PAL

Durante 40 años, en el fútbol chileno rigió una norma insólita: la recaudación de cada partido no iba a parar completita al equipo local -como dicta la lógica- sino que se repartía mitad y mitad con la visita. A veces un porcentaje de esa plata se disputaba en cancha, a veces una suma fija iba a parar a las arcas de la dirigencia central. Pero en lo medular, cada equipo se iba 50 y 50.

Esta repartija partió de la mano con el profesionalismo. Claro, en 1933 todos los equipos participantes eran santiaguinos, había pocos estadios y el concepto de “localía” era bastante vago. Pero a mediados de los años 40 llegaron Wanderers y Everton: una de las condiciones para aceptarlos en Primera fue que compartieran sus jugosas recaudaciones con los santiaguinos, para financiarles los gastos de traslado y alojamiento.

Si todos compartían la platita, el trato parecía justo. El problema es que, desde sus inicios, en el torneo se han apernado minúsculos clubes santiaguinos que derechamente viven a costillas  del resto.

En los 50, con la paulatina entrada de más cuadros del norte y el sur, se hizo evidente que la obligación de regalarle la mitad del borderó a las visitas capitalinas era casi un asalto a mano armada. En los 60, la dirigencia central tomó la valiente decisión de desterrar, fusionar o derechamente eliminar a muchos clubes de Santiago que sólo hacían número (y caja) a costa de provincianos con verdadero arrastre popular. A mediados de esa década, también acabó por fin en Primera el esperpento de las recaudaciones compartidas.

Sin embargo, ese sistema siguió operando un buen tiempo en Segunda, con la perpetua excusa de ayudar al pago de los largos viajes. Y así muchos clubes que merecieron ser poderosos vivieron acogotados, forzados a obsequiar semana por medio el dinero de sus hinchas a cuadros de Santiago que, a cambio, lucían siempre asistencias misérrimas.

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En 1966, por ejemplo, Ñublense estaba al borde de la quiebra y debía hacer colectas públicas subsistir: pese a convocar siempre multitudes en Chillán, era incapaz de hacer cuadrar sus números para adaptarse a las reglas firmadas en Santiago. “Violento resulta que Antofagasta, Concepción y otros que tienen una base formidable tengan que compartir las entradas que producen con quienes no retribuyen en absoluto esa participación porque, en condición de locales, producen muy poco”, resumía en 1967 revista Estadio.

Aunque esa norma fue eliminada a principios de los 70, nunca nuestro sistema de torneos ha logrado superar el vicio de fondo: la sobrerrepresentación de equipos santiaguinos incapaces de promediar asistencias de mil personas, lo hasta no hace mucho obligaba a organizar maratónicas jornadas dobles -e incluso triples- en Santa Laura o el Nacional (obviamente con recaudaciones compartidas).

La anomalía persiste: las recaudaciones ya importan poco, pero el reparto de la platita sigue desequilibrado. Además, cada campeonato los santiaguinos parten con la tremenda ventaja de jugar muchos más partidos de local que el resto. Así, hoy los llamados “grandes” suman coronas disputando el 80% de sus partidos en Santiago, mientras los sufridos provincianos deben obrar verdaderos milagros para superar este grosero hándicap, vivir de las limosnas y meterse alguna vez en la pelea.

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