PUNTERO FANTASMA

Cobreloa, bestia desatada en el desierto

Felipe Pumarino |

Ya vimos como de entradita, Cobreloa hizo una tremenda gracia: logró el Ascenso el mismo año de su fundación. Pero la hazaña del ‘77 no sería ni mucho menos la única.

En su primera década de vida, el cuadro naranja se cansó de sumar récords. En 1978, recién estrenado en Primera, fue subcampeón detrás del “Palestino Millonario” liderado por Elías Figueroa y Óscar Fabianni. Y al año siguiente los loínos repitieron el 2° puesto, esta vez detrás de un Colo Colo que cortaba su más larga sequía de títulos.

Así de bestial fue la llegada de Cobreloa al profesionalismo. Nunca en la historia del fútbol chileno un equipo de provincia había llegado tan alto y tan rápido. Nunca más volvería a suceder.

Quizás una de las mayores virtudes del club calameño fue haber invertido sabiamente la plata dulce de Codelco para ir armando con paciencia un tremendo plantel. A diferencia de otros proyectos faraónicos armados por empresas -Súper Lo Miranda o Lozapenco- su primera preocupación fue contar con cuerpos técnicos capaces. Ellos reclutaron con pinzas a jugadores curtidos en la rudeza de la provincia: Puebla, Merello, Alarcón, Soto, los hermanos Gómez, por citar sólo algunos. Y a esa base les incrustaron extranjeros mañosos, capaces de adaptarse rápido al desierto, la altura y una hinchada que rápidamente se volvió exigente.

Así Cobreloa llevó en 1980 el primer título a sus vitrinas, en un torneo infartante donde la U casi rompió la maldición de Leonel. Fue el primer -y hasta ahora único- campeón del norte.

Pero los naranjas además hicieron de su cancha en la altura un fortín, forjando un invicto histórico de local que se prolongó durante 91 partidos entre 1980 y 1985. Así creó fama de equipo casi invencible: durante dos décadas, ganar de visita en Calama simplemente era una proeza y el equipo que lo lograba daba la mayor sorpresa del año.

También en los años 80 Cobreloa se erigió como el verdadero archirrival de Colo Colo, dándole al torneo chileno un clásico necesario, impredecible y que siempre sacaba chispas. Durante esa década sumó además otras tres coronas y los dos famosos subcampeonatos consecutivos de la Libertadores.

Y además los naranjas obraron otro pequeño milagro: miles de chilenos de cada rincón del territorio -aunque la mayoría jamás hubiera pisado Calama- se hicieron hinchas loínos. Su irrupción, de hecho, eclipsó a varios clubes santiaguinos que venían dando bote: no era raro que un viejo fanático de Audax o Magallanes, por ejemplo, acabara sus días celebrando los goles de Cobreloa como si fueran propios. Y eso perdura hasta hoy.

¿Cómo fue que la estrella de ese gigantesco Cobreloa -que pintaba para ser quizás el club más poderoso de Chile- se fue apagando? Pronto lo analizaremos.

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