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OPINIÓN // Presumir de musculoso rock ancestral

El nuevo disco de The Raconteurs es, a ratos, un excesivo ejercicio de rescate ancestral por completo extravagante en estos tiempos de sutileza.

El nuevo disco de The Raconteurs es, a ratos, un excesivo ejercicio de rescate ancestral por completo extravagante en estos tiempos de sutileza.

Por El País

Corría el año 2006 cuando Jack White y Brendan Benson improvisaron The Raconteurs para dar salida a Steady, As She Goes, un hit que ninguno de los dos había visto venir. Un vitamínico clásico del alt rock de raíz nostálgica setentera, que aún bebía ligeramente de la banda que White acababa de soltar, los White Stripes.

Su pequeño desliz, nacido, admitieron entonces, de la clase de química que se da entre aquellos condenados a entenderse (y montar bandas), dio pie a un álbum, Broken Boy Soldiers, que sonaba a contenido ejercicio testosterónico con influencia de Led Zeppelin. Dicho sonido, más o menos moldeado por White, fue ampliando su radio de acción en el siguiente asalto (el más descontrolado Consolers of the Lonely), que llegó muy pronto, lo que hizo pensar que White había encontrado un nuevo hogar, hogar que abandonó en pos de una carrera en solitario que ha vuelto a aparcar, más de una década después, para volver al estudio con Benson y los demás. El resultado este tercer musculoso disparo en el que no solo no matizan lo trazado hasta la fecha sino que pisan el acelerador.

Así, The Raconteurs lo mismo invocan el espíritu del rock tumultuoso de Lynyrd Skynyrd (Help Us Stranger) que el de la balada hard rockera (para probar a reinventarla con coros y cascabeles: Now That You’re Gone). O se abandonan a la adrenalina de la guerra de escalas posadolescente (Don’t Bother Me) y el sin más explosivo in crescendo de solos superpuestos en el que encaja, como anillo al dedo, el aullido de estadio indie rocker (Sunday Driver).

El resultado es un, a ratos, excesivo ejercicio de rescate ancestral (Bored and Razed, o el más impreciso Live a Lie), por completo extravagante en estos tiempos de sutileza y matices, una apuesta por un descarnado y sin concesiones viaje al pasado, en el que también hay (un pequeño) lugar para la beatlemania de Jim (Shine the Light on Me) y la electrificación del Hey Gyp (Dig the Slowness) de Donovan. El resultado es un álbum de pelo en pecho que hoy ya no suena a corriente dominante sino a rocambolesca rara avis.


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