ACTITUD FUTURO

A nueve años del segundo terremoto y tsunami más destructivo de Chile

El llamado 27F generó pérdidas humanas y económicas, cambios en la institucionalidad de emergencia, el fortalecimiento de los sistemas de alerta de tsunami y la red de sismología nacional.

El llamado 27F generó pérdidas humanas y económicas, cambios en la institucionalidad de emergencia, el fortalecimiento de los sistemas de alerta de tsunami y la red de sismología nacional.

Hace nueve años, un 27 de febrero a las 3:34 AM ocurrió un terremoto de magnitud 8.8 en Chile central –el segundo más grande de la historia del país después del terremoto de Valdivia–, generando un tsunami que destruyó numerosas localidades y ciudades costeras, en las Regiones del Maule y del Biobío, y provocando la muerte de alrededor de 500 personas. Según cifras oficiales, además, las pérdidas generadas alcanzaron los 30 mil millones de dólares, equivalentes a un 18% del PIB.

¿Por qué fue tan destructivo? El doctor en geología y académico de la Universidad Católica del Norte, Gabriel González, sostiene que a pesar de ser un terremoto típico de subducción –es decir choque entre dos placas tectónicas, que son muy frecuentes en Chile–, éste evento tuvo características particulares que explican el enorme daño que provocó en ciudades de las regiones del Maule y Biobío.

“Una de las características fundamentales es que este evento tuvo dos zonas de asperezas –lugares donde se concentra el deslizamiento de las placa­–, es como si en vez de un solo terremoto en 2010 hubiesen dos terremotos grandes ocurriendo se manera simultánea”, explica el también subdirector del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres, CIGIDEN.

Liberación de energía

Por lo tanto, agrega Gabriel González, la coexistencia de estas dos asperezas hizo que la longitud de la zona de ruptura fuese del orden de 500 km de largo, con una aspereza localizada bajo el mar frente a Cobquecura y la otra bajo la Cordillera de la Costa a la altura de la desembocadura del río Itata. La distribución en sentido norte-sur de estas dos asperezas y la separación de la mismas por una distancia de más de 100 km de largo, aseguró que la distribución del movimiento fuerte fuese sentido en al menos seis regiones con intensidades de Mercalli entre VII y VIII.

El tsunami provocado por este terremoto también fue devastador, recuerda el geólogo. Habían transcurrido 50 años del último gran tsunami que devastó el sur de Chile. “Durante este periodo ningún tsunami importante había afectado al país, por lo que Chile no tenía experiencia en cómo abordar la alerta temprana de este tipo de eventos. Por lo tanto, originado el tsunami del terremoto del 27F, el sistema de alerta de maremotos fue ineficaz en anticipar la llegada de las olas destructivas a las costas de Chile Central y del archipiélago de Juan Fernández”, advierte el experto de la UCN.

Dada esta experiencia, agrega Gabriel González, es posible concluir que el terremoto y tsunami de Valdivia no permearon lo suficiente en la memoria del país como para mantener un sistema robusto de detección de terremotos y tsunamis.

Memoria del desastre

El comportamiento del tsunami que impactó el sur de Chile el 27 de febrero de 2010, fue parte de un capítulo escrito por el académico de la U. Católica de la Santísima Concepción e investigador CIGIDEN, Rafael Aranguiz, en ek libro “Tsunamis en la región del Biobío, desde una mirada multidisciplinaria”, de ediciones UCSC.

El experto destaca que los registros de la bahía de Concepción, que datan desde 1570 muestran que la tercera y cuarta onda de un tsunami (ola) es siempre la más destructiva en este territorio. Por lo tanto, ya había conocimiento de que un tsunami puede tener varias ondas luego de un terremoto de gran magnitud, y la que primera no siempre es la más destructiva.

El sector de Llico, al sur de Arauco, fue una ciudad costera que recibió olas de 20 metros y la destruyó en un 80%. “En esa localidad, a diferencia de otros pueblos impactados por el tsunami de 2010, no hubo muertos. La experiencia de los pescadores de la zona en anteriores eventos, incluido el terremoto y tsunami de 1960, los hizo permanecer resguardados por todo el tiempo que duró el tsunami”, sostiene Rafael Aranguiz. Pero ese conocimiento local tampoco permeó la política pública.

Ambos expertos concuerdan que el terremoto de 2010 marcó un antes y un después en la gestión del riesgo de terremotos y tsunamis, pues se fortaleció el sistema de alerta temprana de tsunamis, la red sismológica nacional y se mejoró la institucionalidad de emergencia en el país. “En efecto, el Gobierno de la época tomó la decisión de llamar a un concurso público para crear el primer centro de excelencia en investigación para la gestión del riesgo y el estudio de los desastres de manera sistémica en Chile. Así fue como se creó «CIGIDEN”, puntualiza Gabriel González.


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