PUNTERO FANTASMA

Cuando el público chileno iba al estadio

Felipe Pumarino |

1952_SM_Everton_Santa_Laura

Cuando pensamos en el fútbol de antaño prima la condescendencia. Imaginamos jugadores siempre nobles e hinchas ingenuos, formalitos y engominados. Craso error: hace 50 o 60 años, la cosa no era muy diferente a como es ahora.

En la cancha abundaban las patadas alevosas, los árbitros incompetentes y las más groseras simulaciones. Desde las graderías, encorbatados fanáticos lanzaban insultos y proyectiles cuando se sentían saqueados. Las batallas campales, sobre todo en provincia, eran pan de cada día. Al lado de nuestros abuelos, hoy en nuestros “estadios seguros” casi parecemos pituquitos.

Pero lo que abundaba entonces -y hoy escasea de manera alarmante- era una parte fundamental del espectáculo: el público.

Desde la década del 70, nos acostumbramos a que el fútbol se juegue usualmente en familia. Nos parece normal que un equipo luzca de manera sistemática asistencias de menos de mil personas y la imagen de un Nacional con 88 mil tipos sentados casi uno encima de otro nos suena como de otro planeta.

Pero esas cosas pasaban. En los años 60, lo normal era tener estadios llenos. Un partido de trámite entre Santiago Morning y Everton podía abarrotar Santa Laura durante una tarde de llovizna: hoy quizás no iría ni el gato. Como no había tele, la pichanga era el gran pasatiempo del fin de semana.

Lo comprueban las cifras oficiales de asistencia (que no incluían a los miles de colados, sobre todo niños). Durante esa década, el promedio total siempre bordeó las 10 mil personas por match. El último buen año fue 1972: 11.821 espectadores promedio; apenas dos años después -con el golpe militar en medio- esa cifra se había derrumbado a 4.249, muy parecida a lo que sufrimos hoy.

El récord histórico se registró en 1963. Con el empujoncito del Mundial, el despegue de las universidades y la llegada de fervorosas plazas de provincia, la asistencia promedio fue de 12.438 personas por partido. Fue el año del título de Colo Colo “desnacionalizado” del goleador Luis Hernán Álvarez (37 tantos), que resistió hasta el final el embate del Ballet Azul.

Entonces miles de chilenos iban a ver fútbol sólo porque les gustaba. Esa forma de entender el mundo, claro está, hace rato murió para siempre.

Fotos: revista Estadio.

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