MALDITO ROCK AND ROLL

Marillion reencantó a Chile con lo mejor de sus dos mundos

Por Ernesto Bustos.

Cuesta entender por qué siendo una banda no muy masiva, Marillion sabe encantar y convencer.

Porque habrá que convenir algo. La agrupación nacida en Aylesbury (1979) conoce perfectamente su norte y cada melodía que logra entregar a su público es una muestra, de tantas, del talento que derrocha este Marillion de tres décadas.

Sin embargo, cuesta entender nuevamente por qué una agrupación con esa trayectoria y con la calidad de discos entregados en dos eras -Fish y Hogarth- logra esa comunión con las audiencias. Y la experiencia de su regreso Chile después de 15 años, con un teatro Caupolicán rendido y la fanaticada que no paró de entonar cada canción, incluso “Sounds that can`t be made”, el corte que da el vamos y nombre a su nuevo disco, da cuenta de la frescura y vigencia de la propuesta que hoy regala Marillion.

Vamos con calma. Desde “Splintering Heart”, temprana composición de la era Steve Hogarth, y “Slainte Mhath”, último suspiro de su antecesor Derek William Dick en Clutching Straws, el show de Marillion en Santiago transitó sin problemas por estos dos mundos o entidades, a veces antagónicas para sus seguidores, pero también con un gran sentido de unificación.

Porque curiosamente el primero de los dos shows de Marillion (hoy se presenta en el casino Monticello) tuvo mucho de eso. Los clásicos de la era Fish, cantados a gran nivel por Steve Hogarth, y coreados por el público a no dar más. Así desfilaron “Kayleigh”, “Lavender” y “Sugar Mice”. Pero también esos momentos se fundieron con conmovedoras versiones de clásicos de la segunda etapa. Claro, no podían faltar “Easter”, “No one can”, “Your gone”, “Power”, “Fantastic place”, “Hooks in you”, “Beautiful”, “The invisible man”, “Neverland”, “The Hollow Man” y la épica “The Great Escape” (se extrañó, en todo caso, “Cover my eyes”).

Marillion sabe cautivar, sabe hipnotizar con su música, impresionar y emocionar  en algunos pasajes. El histrionismo bien ponderado de Steve Hogarth sobre el escenario, la elegancia y refinamiento de Steve Rothery en las guitarras, la muralla sónica que logra construir Mark Kelly en sus teclados y la sociedad trabajadora que hay detrás de Ian Mosley y Pete Trewavas, en batería y bajo respectivamente, conforman una unidad casi monolítica complementada a la perfección.

Esta segunda vez de Marillion en Chile sirvió, entre otras cosas, para el reencuentro con aquellos que pudieron ver a la banda en junio de 1997 o descubrirla en vivo por primera vez, con un disco recién editado hace un mes y una mochila de clásicos de ambas épocas, fundidos en un gran show que repasó en dosis cuidadosamente seleccionadas esos dos mundos, uno más extenso que el otro por motivos obvios. No hay que olvidar que Fish dejó el grupo en 1987 y la actual formación, con Steve Hogarth, acaba de cumplir 23 años.

Sonido pulcro, una puesta en escena sencilla, momentos altos como “Easter”, “The invisible man” y The great escape” y un público fiel que tuvo la grandeza de esperarlos 15 años pacientemente escuchando sus discos.

Está claro. Marillion no es el mismo de Script for a Jesters Tear, Fugazy o Misplaced Childwood. Mucha agua recorrió estas tres décadas. Aguantó estoicamente la partida de su primer cantante, reencantó a sus fans con una nueva voz y paulatinamente con un nuevo sonido, experimentó sin límites nuevos caminos musicales, simplificó equilibradamente sus canciones y hoy vive ajeno de cualquier complejo su madurez musical.

Sólo esperar que la próxima visita no tarde otros 15 años… sus fans ya los extrañan.

Fotos de Juan Pablo Quiroz. Revisa más en RockAndClick.cl.

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