La confirmación del Presidente electo José Antonio Kast de que pretende vivir en el Palacio de La Moneda durante su mandato abrió un debate que trasciende lo anecdótico y se instala en el corazón del poder político, patrimonial y simbólico del país.
La sede del Ejecutivo no solo es el epicentro del Gobierno, sino también un Monumento Histórico protegido desde 1951, condición que impone límites concretos a cualquier intento de convertirlo nuevamente en residencia permanente.
La idea fue presentada por Kast como una señal de austeridad en tiempos difíciles. Apuntando a reducir traslados, gastos asociados a seguridad y logística, y a recuperar una tradición abandonada hace casi siete décadas. “No es un tema de comodidad, sino de coherencia con el momento que vive Chile”, ha señalado el mandatario electo en declaraciones públicas.
Una tradición interrumpida desde 1958
La Moneda fue concebida no solo como sede administrativa, sino también como residencia presidencial desde mediados del siglo XIX. Sin embargo, Carlos Ibáñez del Campo fue el último Presidente en habitarla de forma permanente, en 1958.
Su sucesor, Jorge Alessandri Rodríguez, rompió la tradición y optó por seguir viviendo en su departamento particular, marcando un giro que se consolidó en las décadas siguientes.
Desde entonces, todos los mandatarios, desde Aylwin hasta Boric, han residido fuera del palacio, debiendo adaptar viviendas particulares a exigentes protocolos de seguridad, con costos relevantes para el Estado.
José Antonio Kast como signo de austeridad: ¿Es viable vivir en La Moneda hoy?
Para el arquitecto Rodolfo Jiménez, presidente del Colegio de Arquitectos y académico de la Universidad de Santiago, la decisión es posible, pero compleja.
“Desde el punto de vista material e histórico, vivir en La Moneda es viable. Pero hoy no es lo normal. El edificio funciona como sede de trabajo, con lógicas de seguridad, circulación y mantención pensadas para oficinas y ceremoniales, no para vida doméstica”, advierte.
Jiménez subraya que cualquier adaptación, cocinas, dormitorios, áreas privadas, sistemas de seguridad o evacuación, requiere autorización previa del Consejo de Monumentos Nacionales, precisamente porque se trata de una intervención que podría afectar valores arquitectónicos y simbólicos del inmueble.
“No es imposible, pero sí exige criterios patrimoniales muy finos para no alterar el significado del edificio”, resume.
Practicidad versus patrimonio
El debate no es solo arquitectónico, sino también operativo. Vivir en La Moneda elimina traslados y simplifica ciertos dispositivos de seguridad, pero también mezcla de forma total la vida privada con la institucionalidad del Estado. “Eso genera fricciones permanentes en protocolos, servicios y funcionamiento cotidiano”, explica Jiménez.
En contraste, arrendar o vivir cerca del palacio permite mayor privacidad y flexibilidad para adecuaciones domésticas, aunque implica mayores costos de seguridad perimetral y traslados diarios del Presidente.
El dormitorio presidencial y la alternativa histórica
Actualmente, La Moneda cuenta con un dormitorio austero, destinado exclusivamente a jornadas extensas de trabajo. Según el historiador Cristóbal García-Huidobro, académico de la Usach, este espacio demuestra que el palacio nunca perdió del todo su dimensión residencial.
“Hoy existe un dormitorio muy básico para el Mandatario, con lo mínimo indispensable. Para vivir ahí de manera permanente habría que habilitar un sector reducido, lo que no necesariamente implicaría una gran inversión”, señala.
El historiador recuerda además que la antigua residencia presidencial se ubicaba por calle Morandé, sector históricamente asociado a la vida privada del jefe de Estado.
“Perfectamente se podría recuperar esa lógica, con renovaciones acotadas y autorizadas. No sería una idea inédita, sino una vuelta a una tradición olvidada”, sostiene.
Sigue a FUTURO.cl en Google Discover
Recibe nuestros contenidos directamente en tu feed.
Seguir en Google