Hasta cierto punto, a Death Yell le ocurrió lo mismo que a Pentagram: dos o tres años de intensidad y vértigo para luego morir por los males de crecimiento que enfrentaron sin éxito buena parte de las bandas de su generación. Además, ambas dejaron un cadáver que fue venerado, redescubierto y ciertamente esencial a la hora de proclamar, décadas después, su resurrección. Basta sumar la cantidad de material reeditado en todos los formatos a partir de seis canciones, registros en vivo y alguno que otro ensayo perdido en el tiempo, para entender las paradojas de la fragilidad juvenil.
El tape que puso a Death Yell en el mapa en 1989 fue bastante accidentado. Se grabó en dos estudios con dos manos diferentes y el reloj siempre en contra. Y si no fuera por lo buenas que eran las canciones, de seguro habría quedado confinado cementerio nacional de demos.
Por suerte eso no ocurrió. Lo que hizo que el regreso tuviera mucha expectación. Fundamentalmente por el carácter de leyenda que la banda adquirió tras su disolución en 1991 y el riesgo de convertirse en una parodia de sí misma. De manera que después de reconocer terreno con dos splits, Death Yell dio el paso natural hacia el álbum. Aun cuando hubieran pasado más de veinte años y ni el mundo ni ellos fuesen los mismos.
“Descent into Hell” (2017) fue un regreso correcto. Marcado por la nostalgia y, desde luego, por la sorpresa. Sin embargo, es ahora con “Demons of Lust” (2025) que la banda llega más lejos y despeja las dudas, pues si algo caracterizó a Death Yell desde sus inicios es su capacidad intuitiva. Nunca ha hecho, digamos, un death metal dogmático ni apegado al canon. Por momentos tiene mucho del primer thrash alemán pero también del death metal brasilero de la vieja escuela (cuya principal influencia fue, justamente, el thrash alemán).
Lo primero que llama la atención “Demons of Lust” es el sentido dramático que logran a través del disco. Todas las canciones tienen dos o tres momentos de alta exigencia, por decirlo así, que mezclan ataque y pasajes a medio tiempo para los riffs melodiosos. Incluso aquellas en que la voz entra de inmediato, como “The Parish”, “Offering to the Priest” y “The Unholy See”, aportan a la propuesta general.
Death Yell ha compuesto un disco lleno de intersticios y que no aburre. No es predecible. No es flojo. Pienso sobre todo en «Conjuring Asmodeus», «Seed» y «Altar Server’s Wrath», dos temas aparecidos a modo de adelanto en un vinilo siete pulgadas. Y que ahora ganan por todos lados en fuerza e inventiva. Si al final del día lo mejor que le puede pasar a un álbum es aportar una o dos canciones al repertorio general, Death Yell lo consigue de sobra. “Demons of Lust” es una gran noticia y la confirmación que death metal chileno hace rato que corre mirando hacia atrás. El disco lo publicó el sello estadounidense Hells Headbangers. Y tiene una edición exclusiva para Sudamérica a través de eatmyrecords.com.
