Mientras que la mayoría de los artistas de su generación citan a «Sgt. Pepper’s» o «Revolver» como los pináculos de la innovación de The Beatles. El legendario guitarrista y productor de Fleetwood Mac, Lindsey Buckingham, tiene una perspectiva más audaz. En una entrevista de 1981, el arquitecto sonoro detrás de «Rumours» y «Tusk» coronó a un álbum mucho más polarizador como la obra más emocionante del cuarteto de Liverpool: «The White Album».
La elección no es casual y revela la clave del proceso creativo de Buckingham. Para el músico, el doble LP de 1968 no solo fue «uno de los álbumes más excitantes y divergentes» que The Beatles grabaron, sino también una lección magistral sobre la libertad artística. A diferencia de sus predecesores cohesionados y meticulosamente producidos, el «White Album» ofrecía un caos brillante. Un conjunto de viñetas dispares que rompían con el concepto de unidad pop. Esta cualidad, lo «divergente», resonó profundamente con el artista que, pocos años después, buscaría dinamitar las expectativas del mercado.
Lindsey Buckingham se sincera
Esta admiración se convirtió en el motor de la revolución sonora que Buckingham orquestó en Fleetwood Mac a finales de los 70. Tras el éxito estratosférico de «Rumours», el artista se negó a replicar la fórmula, canalizando el espíritu anárquico del «White Album» para crear «Tusk» (1979). Este disco es, en esencia, la respuesta de Buckingham al legado beatle. Una obra doble, costosa y experimental que desafió la producción musical convencional de la época, mezclando pop melódico con grabaciones caseras, texturas extrañas y estructuras de canciones fragmentadas.
«Tusk» fue, en el entorno del rock corporativo, tan caótico e incomprensible como el «White Album» había sido para el pop psicodélico. Buckingham utilizó su rol de productor para desmantelar la marca Fleetwood Mac, inyectando una dosis brutal de innovación personal. Al igual que los Beatles se separaron estilísticamente en sus 30 pistas, Buckingham se liberó, demostrando que el verdadero genio creativo reside en la voluntad de ir «en la dirección equivocada» para encontrar una voz auténtica.
El legado musical de Buckingham está intrínsecamente ligado a esta visión. Su aprecio por la audacia de los Fab Four no solo ofrece una anécdota interesante, sino que establece un puente crucial entre dos eras del rock. El «White Album» fue la prueba de que el arte más grande a veces requiere una falta de coherencia. Una lección que Buckingham aplicó magistralmente para asegurar que su propio trabajo trascendiera la mera fama, dejando una huella indeleble en la historia de la producción musical moderna, según consignó Far Out.
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