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Epica en el Teatro Caupolicán: una gloriosa y bíblica sinfónica, precedida por la oscuridad

Durante la noche de ayer se vivió el regreso de Epica tras casi 3 años de ausencia, luego de su última presentación en 2022.

Epica
Kena Luppichini

El martes 16 de septiembre el Teatro Caupolicán se volvió a vestir de oscuridad, luces y voces enérgicas que lo convirtieron en un templo del metal.

Afuera, las filas eran un río de camisetas negras y ansiedad acumulada. Dentro, cada rincón palpitaba con la expectativa de un reencuentro: Epica volvía a Chile después de tres años, y la ciudad no podía esperar más.

Unos teloneros que superaron las expectativas

La jornada comenzó con el rugido nacional de Decessus. Ellos encendieron la mecha con un despliegue cargado de intensidad. Carlos Palma desgarraba el aire con riffs densos. Mientras tanto, la voz de Ignacia Fernández transformaba la música en un acto ceremonial, como si se invocara a algo más grande que los propios músicos. Los asistentes, aun guardando energía para lo que vendría, respondieron con gritos y puños en alto. Ellos reconocían que el metal chileno tiene fuerza suficiente para compartir cartel con los gigantes.

Sin pausa, la atmósfera se volvió más oscura y majestuosa cuando Fleshgod Apocalypse tomó el escenario. Los italianos desplegaron un concierto abrasador que no solo exhibió técnica y brutalidad, sino también teatralidad y complicidad con el público. Francesco Paoli bromeó, agitó la bandera chilena y pidió a los asistentes que bailaran su “danza oscura”. El Caupolican se entregó, coreando y aplaudiendo mientras retumbaban piezas como «The Violation», «I Can Never Die», «Bloodclock» y «The Fool». Fue una demostración de que el death metal sinfónico italiano tiene un lugar ganado en el corazón de los chilenos.

Epica: el reencuentro más esperado

Cuando las luces se apagaron otra vez, el rugido fue ensordecedor. Epica apareció en el escenario y el Caupolicán entero explotó con los primeros acordes de «Cross The Divide». Desde ese momento, la banda holandesa llevó a los asistentes en un viaje. Este fue tanto un despliegue musical como una comunión espiritual. El público coreaba cada palabra. La voz de Simone Simons se mantenía intacta, cristalina y poderosa, recorriendo sin esfuerzo las 14 canciones que se dejaron caer sobre el recinto.

Pero no fue solo la impecable interpretación vocal lo que marcó la noche. Los músicos mostraron una cercanía pocas veces vista en escenarios de este tamaño. El bajista Rob van der Loo y el guitarrista Isaac Delahaye se acercaron constantemente a los costados del escenario. Chocaban las manos de los fans, posaban para las cámaras de los celulares y regalaban momentos que quedaron grabados. No solo en fotos, sino también en la memoria colectiva. Esa conexión íntima, en medio de un concierto multitudinario, fue lo que transformó la experiencia en algo aún más humano.

El merecido encore que se ganó el Caupolicán

La banda desplegó un repertorio sólido, entre himnos como «Sensorium», «Arcana» y «Unleashed». Finalmente, llegaron a un clímax con «Design Your Universe». Tras esa descarga monumental, los músicos se retiraron entre cánticos incesantes. El público no quería soltar la noche. Casi como en un ritual, las voces llamaron a Epica de vuelta al escenario. No pasó mucho tiempo antes de que regresaran con un encore de tres canciones. Esto selló el destino de la velada, entre ellas, su himno inmortal, «Cry For The Moon». Que fue coreado como un himno generacional, con cada garganta entregada al máximo.

Cuando las luces finalmente se apagaron y los últimos acordes se desvanecieron, quedó la sensación de que lo vivido no había sido un concierto más. Fue una celebración compartida entre banda y público. Un sueño colectivo donde Decessus, Fleshgod Apocalypse y Epica no solo tocaron música. Además, construyeron una experiencia que seguirá resonando en quienes estuvieron allí. Mientras el público abandonaba el Caupolicán con sonrisas y voces roncas, todos parecían compartir la misma certeza: Chile sigue siendo, para Epica, el mejor público del mundo.


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