El regreso de Lesnar puede considerarse estratégico desde el punto de vista deportivo: aporta notoriedad, revigoriza la narrativa en la historia de Cena. Sin embargo, el momento elegido revela un grave cálculo ético por parte de la WWE.
Traer de vuelta a un personaje asociado, aunque indirectamente, al ambiente de abuso denunciado por Janel Grant. Esto, sin ninguna declaración de responsabilidad o contexto serio, rompe con la coherencia interna de una empresa, que debe priorizar la seguridad y el bienestar por sobre las ganancias del espectáculo:
«Brock Lesnar genera millones de dólares, es justificable su regreso»
La decisión legal puede justificarse, pero moralmente, la movida sigue alimentando un debate sobre justicia, impunidad y las prioridades reales ante acusaciones graves. El silencio oficial solo profundiza la percepción de indiferencia o complicidad, lo que podría pasar factura a la credibilidad de la WWE.
Desde el estallido del caso Vince McMahon – Janel Grant. En el que se denunció una presunta red de abuso sexual, manipulación emocional y tráfico sexual encubierto dentro de la estructura de la WWE. La compañía ha sostenido públicamente que está revisando sus protocolos de prevención y denuncia. Sin embargo, los pasos dados desde entonces han sido, al menos, ambiguos.
El hecho de que Lesnar haya sido mencionado (aunque no formalmente demandado), en la querella de Grant, y aun así haya sido autorizado para volver a la televisión sin un pronunciamiento oficial por parte de la empresa, deja expuesta una debilidad en los filtros de conducta. Según fuentes cercanas a WWE, el equipo legal habría «autorizado» su retorno semanas antes del evento, argumentando que no enfrenta cargos penales y no hay impedimentos jurídicos concretos. Pero el problema no es legal: es ético, comunicacional y simbólico.
¿Qué pasa con la política de bienestar?
WWE cuenta con una política pública de tolerancia cero frente al acoso, abuso y mala conducta, y ha implementado en el pasado medidas disciplinarias severas por escándalos menores que los actuales. Entonces, ¿Por qué al caso de Lesnar se le trata con tanta indulgencia? La respuesta parece apuntar a un doble estándar, donde el tamaño de la superestrella determina el rigor con el que se aplican los códigos internos.
Esto genera una señal confusa tanto para el público como para los trabajadores dentro de la compañía. ¿Puede una empresa decir que ha cambiado, mientras glorifica el regreso de alguien asociado a un caso tan grave, sin pedir al menos declaración clara? Para muchos, la WWE perdió la oportunidad de demostrar que aprendió algo del escándalo McMahon y en cambio, parece repetir una lógica corporativa donde el espectáculo y el rating están por encima de cualquier principio.
Si la empresa desea restaurar su credibilidad, deberá revisar no solo sus protocolos, sino también la coherencia entre lo que promueve y lo que ejecuta. Porque en este caso, el silencio puede entenderse como complicidad, y la ovación a Lesnar como una cachetada a quienes luchan por justicia.
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