El 25 de agosto de 2004 quedó marcado como una de esas noches únicas en la historia del metal. El Ozzfest, festival creado por Sharon y Ozzy Osbourne, era el epicentro anual del heavy, y ese año no fue la excepción. Sin embargo, un imprevisto amenazó con empañar la jornada: Ozzy Osbourne, cabeza de cartel y corazón de Black Sabbath, sufrió problemas de salud que lo dejaron imposibilitado de presentarse en la fecha de Camden, Nueva Jersey.
La situación era crítica: el público esperaba ver a Sabbath con su formación clásica y la cancelación parecía inevitable:
La potente voz de Priest en Black Sabbath
Fue entonces cuando surgió la idea que transformaría esa noche en leyenda. Rob Halford, vocalista de Judas Priest y ya conocido como el «Metal God«, se encontrará disponible. La conexión entre Halford y los Sabbath no era nueva: ya en 1992 había reemplazado a Ronnie James Dio de manera improvisada, en otra ocasión histórica, cuando Dio se negó a abrir un show para Ozzy durante su gira de despedida. Aquella vez Halford se ganó el respeto absoluto de los fans y de los propios miembros de Sabbath por su entrega y potencia vocal. Esa experiencia le había dado el “derecho de piso” para volver a ser considerado en un momento de emergencia.
Sharon Osbourne declaró que llamó a Halford para comunicarle su asistencia, el vocalista no lo pensó dos veces y tomo un vuelo a Nueva Jersey para reemplazar a un Ozzy que sufría de bronquitis.
El detalle que hizo la noche aún más mística fue la fecha: era el cumpleaños número 53 de Halford. En lugar de celebrarlo en privado, lo hizo frente a miles de fanáticos que no podían creer lo que estaban presenciando: la unión de dos de los vocalistas más icónicos del heavy metal, aunque fuera de manera indirecta.
Un público que abrazo la incorporación de Rob Halford
Cuando Halford salió al escenario junto a Tony Iommi , Geezer Butler y Bill Ward la ovación fue ensordecedora. Lo que podía haber sido un reemplazo tibio se convirtió en una demostración de respeto y entrega. Halford no intentó imitar a Ozzy, sino que aportó su propio sello a clásicos como «War Pigs», «N.I.B.», «Into the Void», «Iron Man» y el inevitable «Paranoid». Su capacidad para alcanzar tonos agudos y proyectar la oscuridad de las letras le dio una fuerza distinta a las canciones, manteniendo intacta la esencia Sabbath pero con un matiz único.
Los testimonios de los asistentes recuerdan el ambiente como eléctrico, casi surrealista: dos leyendas vivas en un cruce que parecía imposible. La crítica lo interpretó como un “sueño húmedo del metal”, un regalo inesperado que demostró la hermandad y la versatilidad del género. Muchos fans aún lo catalogan como uno de los momentos más memorables del Ozzfest y, para Halford, fue una suerte de consagración extra: no solo como ícono de Judas Priest, sino como voz capaz de sostener la herencia de Sabbath en un escenario tan exigente.
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