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Un esencial adelantado a su tiempo: a 52 años del debut homónimo de New York Dolls

Lanzado el 27 de julio de 1973, el primer álbum de los New York Dolls fusionó glam, sleaze, metal y punk como nadie más lo hizo por entonces.

New York Dolls 1973 Web

El álbum debut de los New York Dolls, lanzado por Mercury Records el 27 de julio de 1973, fue una explosión de rebeldía sonora. Producido por Todd Rundgren, se grabó en solo ocho días en el Record Plant de Nueva York, el disco mezcla glam, rock sucio, hard rock y proto-punk,. Y anticipó lo que más tarde sería el punk, con una energía cruda y callejera muy propia de la ciudad.

La banda nació en 1971, después de la disolución del grupo Actress. Y creció en la escena del Lower Manhattan. Desde el principio, los Dolls se presentaron como una respuesta provocadora a lo establecido. Usaban ropa de segunda mano, mucho maquillaje y una actitud punk con toques drag que rompía con los estereotipos de género y estilo. David Johansen cantaba con un fuerte acento neoyorquino. Mientras Johnny Thunders aportaba una guitarra agresiva que le daba a la banda una identidad única, tanto en sonido como en imagen.

El disco arranca con “Personality Crisis”, un himno punk-glam que mezcla letras sobre alienación urbana con una interpretación teatral que recuerda al pop clásico de los 60, pero con una energía más cruda. Le siguen canciones como “Trash”, un llamado a no desperdiciar la vida, y “Vietnamese Baby”, con una atmósfera oscura postguerra, marcada por un gong y sintetizadores. El resto del álbum va desde momentos intensos como “Frankenstein”, hasta piezas más suaves como “Lonely Planet Boy”, o ritmos con influencias de calipso y beat en temas como “Private World” y el cierre instrumental “Jet Boy”.

Aunque recibió elogios de críticos como Nick Kent (NME) y Ellen Willis (The New Yorker), el sonido del disco fue polémico. La banda se quejó de que Rundgren lo hizo sonar muy limpio, aunque años después Johansen reconoció que tal vez capturó justo lo que necesitaban.

A nivel comercial, el álbum fue un fracaso: llegó solo al puesto 116 en EE. UU. y no entró en las listas del Reino Unido. Vendió poco más de 100,000 copias en sus primeros meses, y menos de medio millón hasta 2003.

Sin embargo, su influencia fue enorme. Su imagen, su sonido directo y su actitud DIY (“hazlo tú mismo”) inspiraron a muchos que no se veían reflejados en el punk más comercial o en el glam más pulido. Artistas como Joan Jett, Jim Sclavunos o Walter Lure recuerdan el impacto de verlos por primera vez y pensar: “Yo también puedo estar ahí arriba”.

52 años después, el disco es considerado una pieza clave del proto-punk. Aunque algunos en la TV británica lo llamaron “mock rock” (rock de mentira) y lo criticaron por no ser comercial, hoy se reconoce como un puente entre los Rolling Stones, las Shangri-Las y el punk que vendría después en ambos lados del Atlántico.

En resumen, «New York Dolls» no solo marcó un sonido, sino una forma de ser. Sus letras, su actitud desafiante y su mezcla de nostalgia por el rock clásico con descaro urbano lo convirtieron en un debut inolvidable. Más que un disco, es un símbolo de autenticidad. Como sugiere el título del artículo original: es un álbum que todos deberíamos tener en casa.


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