Cuenta la leyenda que el 20 de enero de 1982, Ozzy Osbourne estaba dando un concierto en Des Moines, Iowa, Estados Unidos, cuando desde el público fue arrojado un murciélago al escenario. En pleno apogeo de su problema con las drogas, el Príncipe de las Tinieblas pensó que era de juguete y no halló nada mejor que darle un mordisco a la cabeza.
Su descripción es tremenda y elocuente: «Mi boca se llenó de un líquido tibio y pegajoso, con el peor gusto que se pueda imaginar. Podía sentirlo manchando mis dientes y corriendo por mi barbilla. Entonces, la cabeza del murciélago se sacudió y me pegó un buen mordisco. ‘Oh, fuck’, pensé. ‘No me digas que me comí un maldito murciélago’». «Sus alas empezaron a agitarse, quedé en shock e intenté sacármelo tan rápido que le arranqué la cabeza”, dice Ozzy, que tuvo que ser llevado a un hospital y pasarse una semana recibiendo inyecciones: «Me hicieron más agujeros que a un puto queso suizo. Pero imagino que era mejor eso que contagiarme de rabia».
Ozzy Osbourne pagó entre 500 y 600 dólares en efectivo por la atención médica y la vacuna. Mark Neal, el fan de 17 años que arrojó el murciélago en Des Moines, dice que el animal estaba muerto cuando lo tiró al escenario. Vio a Ozzy Osbourne levantarlo, morderle la cabeza y luego arrojarlo a la audiencia. «Me espantó. Realmente me asustó», dijo Neal posteriormente . «No me meteré en ningún problema por admitir esto, ¿verdad?».
¿Qué llevó a un joven de Iowa de 17 años a pasar de contrabando un murciélago al sector del público? ¿Y por qué Ozzy sintió que debería comerlo como refrigerio a mitad del concierto? Los años 60 y 70 y principios de los 80 fueron como el Lejano Oeste en el negocio de los conciertos. Podía pasar cualquier cosa. Como este episodio que recordamos en memoria de Ozzy Osbourne, fallecido el pasado martes 22 de julio a los 76 años de edad.
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