MALDITO ROCK AND ROLL

COLUMNA // Bob Dylan y «Murder Most Foul»: el fin del mundo tal como lo conocemos

Con su más reciente canción, un relato de 17 minutos, el cantautor le dice adiós a una forma de ver la vida con la que formamos la nuestra.

Bob Dylan

Con su más reciente canción, un relato de 17 minutos, el cantautor le dice adiós a una forma de ver la vida con la que formamos la nuestra.

Por Héctor Muñoz Tapia

Bob Dylan nos tuvo 8 años sin una canción escrita por él. Nos ha visitado 3 veces a nuestro país en shows memorables donde nos invitó siempre a redescubrir esos relatos que cambian cada vez que los toca sobre un escenario. Nos ha enseñado a transformarnos y reinventarnos en cada oportunidad. Pero lo que el cantautor nos entregó este viernes con «Murder Most Foul» es algo que se hace difícil de procesar: nos enseña el camino a la despedida.

No necesariamente a su paso por este mundo. De seguro Dylan está de lo más protegido en días de cuarentena total multiplicándose por todo el mundo. Debe ser difícil para él, un alma que se traslada de un lugar a otro como respirando ese viento donde sopla la respuesta que nos dijo en 1963.  Lo que Bob Dylan nos trae en estos 17 minutos de música es duro de recibir en una primera escucha. Como lo mejor de su obra, esta pieza tiene una serie de verbalizaciones de emociones y códigos que tenemos internados en nuestros espíritus. Sabe llegar hasta el nervio más intrincado que tenemos y sabemos inmediatamente de qué nos está hablando.

Si bien la columna vertebral de «Murder Most Foul» es el asesinato de John F. Kennedy, ese día en que Estados Unidos perdió su inocencia para siempre, Dylan repleta su historia de esquinas y lugares familiares. Personajes y leyendas urbanas que hemos leído en libros de toda naturaleza y visto en el cine desde que entramos a una sala a maravillarnos con un mundo paralelo muy parecido al nuestro. Ahí está el llamado de «I Want To Hold Your Hand» con el que los Beatles conquistaron al mundo. También la plegaria a Tommy de The Who, el camino a Woodstock, el cruce del río Mersey y el despertar de una nueva generación que aparece como un círculo de la vida. No necesitamos de lo viejo, nos decimos. Sólo nos tenemos a nosotros mismos, también repetimos hasta el cansancio.

Pero no. Ahí está la radio, y Bob Dylan lo tiene claro. Volviendo al punto en que un Presidente deja este mundo, el narrador se niega a dejarlo ir y le pide al DJ de una estación cuyo dial no puede cambiar el que toque esas tonadas que nos enseñaron desde niños. Las de Patsy Cline, Billy Joel, los Eagles, Etta James, The Animals, Little Richard, John Lee Hooker, Elvis Presley, Nat King Cole y Queen. Casi como haciendo una banda sonora para llevarse a un lugar desconocido, una carpeta llena de instantáneas para dejarlo todo atrás, menos esos recuerdos con los que llegaste hasta acá.

Y ese es el gran punto que al menos a mí me tiene pensando una y otra vez en «Murder Most Foul». Acá, y como compañeros generacionales que son ya despidiéndose de sus setentas, Bob Dylan apela al recurso que usó Martin Scorsese con «The Irishman« y nos entrega un réquiem. Una obra de cierre, no propio si no nuestro. Con esta epopeya, el cantautor le dice adiós a una forma de ver la vida con la que formamos la nuestra. Es el fin del mundo tal como lo conocemos.


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