COLUMNA FUTURO

RESEÑA // King Crimson en Chile: La inmensa minoría

La banda dio una clase maestra en su debut en suelo nacional ante un conmovido Movistar Arena.

La banda dio una clase maestra en su debut en suelo nacional ante un conmovido Movistar Arena.

Por Jorge I. Lagás

Este concierto fue un triunfo. En varios sentidos. Primero, de la música. Sí, lo que debería ser lo más básico en cualquier evento de este tipo, pero lamentablemente no siempre resulta ser lo principal. Acá sí lo fue. Porque la música ganó. Ganó porque se la trató bien. Todo lo que se vio sobre el escenario fue enalteciéndola. Los que pudimos ver el show entramos al Movistar Arena con una idea de la música y salimos con otra.

Fue un triunfo de la gente. Esta gira de King Crimson celebra 50 años desde que echaron a andar el proyecto y sacaron su primer disco, esa biblia llamada «In the court of the crimson king». En ese entonces, algunos meses después de su edición, el álbum empezó a llegar a Chile e hizo explotar la cabeza de los que se animaban a escuchar un disco que no se podía tocar en la radio, porque las canciones eran muy largas, porque no tenían vocación de hit. Desde ahí que ese grupúsculo de aventureros musicales locales estaban esperando que alguna vez esto llegara a Chile. Pasó medio siglo. Pasaron etapas, separaciones, distintas formaciones, vidas enteras. Y finalmente llegaron. Triunfo de la paciencia.

En Radio Futuro, cuando se confirmó que venían, constatamos que King Crimson es tal vez el único nombre que ha estado presente de manera fuerte en todas las etapas que ha atravesado la emisora. Desde su nacimiento, enfocada a sonidos de vanguardia, conocida como la época de «la inmensa minoría», porque era un público que parecía que no estaba en ninguna parte, pero finalmente era mucho más grande de lo que se pudiera pensar, y merecía respeto como cualquier otro. Y sí, hoy se comprobó más que nunca que somos una inmensa minoría. Un Movistar Arena que agotó todas sus localidades en 1 hora, el día que se pusieron a la venta. 7 mil 500 personas (el máximo permitido por la propia banda), el mayor aforo que han tenido en toda la gira mundial, según datos oficiales de la producción. E incluso esta demanda llevó a que se agregara una segunda fecha, este domingo 13 de octubre (que empieza a las 19 hrs. y del que quedan las últimas escasas entradas en Puntoticket y boletería). 

Lo hicieron los que recibieron el «In the court in the crimson king» empezando los 70. Los que escuchaban la Futuro desde 1989. Hasta los de ahora, por qué no, los chicos de 20 años que llegaron al Movistar Arena, porque conocieron esto por su papá, o porque de casualidad se encontraron con esto en alguna plataforma online y les gustó. Todos somos la inmensa minoría.

Unidos por lo que pasó en el escenario. Siete genios dispuestos estratégicamente en un entarimado sin adornos, con sólo un telón azul de fondo y dos modestas pantallas que estaban por defecto a los costados con una toma general. Al frente, uno de los grandes atractivos de esta etapa actual de King Crimson y que se roban buena parte del show: las tres baterías, a cargo de Pat Mastelotto, Jeremy Stacey y Gavin Harrison, todos impresionantes en su despliegue y en cómo se complementan haciendo que el resultado sea más que la suma de las partes. Todos hacen algo distinto a la vez, el paso de un ritmo a otro y los cambios de roles son de unas características acrobáticas nivel Cirque du Soleil y dan ganas de que ahora todos los grupos de rock tengan tres bateristas. El triunfo de una apuesta que teóricamente parecía una locura.

Atrás de las baterías, un peldaño más arriba, de izquierda a derecha: Mel Collins en los vientos, un histórico que estuvo en formaciones de los 70; Tony Levin, alternando entre el bajo y el chapman stick con su destreza de otro planeta, siendo otro con chapa de histórico, llegó en 1981 y no se fue más; Jakko Jakszyk en voz principal y guitarra; y al final a la derecha, el maestro dirigiendo todo, Robert Fripp, el fundador de esta institución, el único que ha estado en todas las etapas y que se anota entre los grandes innovadores de la música universal. Concentrado y atento a todos los movimientos, casi escondido entre el equipamiento que lo rodeaba, no es una figura que le guste el primer plano de exposición ni los grandes aspavientos, pero todos sabíamos que todo lo que estaba pasando es gracias a él. Que todo ha salido de esa mente y esos dedos, que todavía funcionan como los dioses y con esa forma distintiva que sólo le pueda dar un tocado por la varita mágica.

Pasaron las canciones: el comienzo con la instrumental «Drumsons» que ya mostraba que se venía una clase magistral de batería; algunas que arrancaban sonidos de exclamación del público apenas comenzaban las primeras notas, como «In the court of the crimson king», «Red», «Moonchild», «Islands» o «Indiscipline», donde sacaron a relucir ritmos realmente demenciales. A esas alturas ya basta para saciar lo que uno busca en un concierto completo, pero llegaba recién el intermedio de 20 minutos, antes de pasar a la segunda parte del show. 

Con piezas como «Cirkus», «Epitaph» (coreada con emoción por el respetable), «Starless» (incluyendo el único juego de luces de todo el espectáculo, tiñendo el lugar de rojo) y el cierre con lo más cercano a un hit que tiene King Crimson: «21st century schizoid man», llevada a un nivel estratosférico y apabullante, quemando todos los últimos cartuchos y no guardándose nada en peso, en excelencia y contundencia, incluyendo un solo de Gavin Harrison que nos dejó convencidos de que no somos nada. Se acabó el primer concierto de King Crimson en Chile. Miramos a nuestro alrededor y hay caras enrojecidas de tanta agitación interna, ojos exaltados que aún trataban de procesar lo que acabábamos de vivir y bocas que trataban de poner en palabras algo que no se puede. Ya habrá tiempo para más análisis.

La medida de no permitir celulares, un éxito también. La gente respetó la petición (insistida hasta la majadería con una campaña previa, carteles en el recinto y voces en off) y se vivió el concierto a la antigua: conectados con la música y las personas que estaban ejecutándola, sin perder detalle y viendo lo que pasaba en el escenario con los sentidos como tiene que ser, sin que nadie te arruine la vista levantando una molesta cámara. Tal vez no sería mala idea que todos los conciertos aplicaran la misma medida.

En definitiva, tuvimos todo lo que fuimos a buscar y más: historia, maestría, emoción. Ahora se viene la segunda fecha y puede que sea incluso mejor que la primera, quién sabe, pero al menos este debut ya es uno de los mejores conciertos del año y de lo mejor que se puede ver en el mundo hoy en día. Nada mal para un grupo que no se podía tocar en la radio porque las canciones eran  muy largas, porque no tenían vocación de hit, porque sus fans eran muy ñoños, porque es música muy «cabezona», muy «pegada»… porque eran de una minoría.

Pero una inmensa minoría.


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