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De Mataderos a la cima del rock argentino: los orígenes de La Renga en su aniversario 30

Cuando se cumplen 3 décadas de su debut como banda, Rolling Stone Argentina recuerda los primeros pasos del grupo que de tocar en las calles de su barrio pasó a ser uno de las más convocantes al otro lado de la cordillera.

Cuando se cumplen 3 décadas de su debut como banda, Rolling Stone Argentina recuerda los primeros pasos del grupo que de tocar en las calles de su barrio pasó a ser uno de las más convocantes al otro lado de la cordillera.

La noche del 31 de diciembre de 1988, cuando un grupo de amigos de Mataderos decidió celebrar el Año Nuevo tocando para familiares y amigos en la puerta de la casa de la familia Nápoli, en el pasaje Viejobueno y Araujo de Matederos, nadie se imaginaba que ese sería el comienzo de una de las bandas más convocantes de la historia del rock argentino. En un país agobiado por la inflación y el desempleo, el final de década le abría paso a una nueva generación de grupos que desde sus letras y una búsqueda estética se iba a interponer a la frivolidad que llegaría con el menemismo.

«El día anterior también habíamos tocado, pero esa noche de fin de año empezamos a llamarnos La Renga. No recuerdo exactamente qué canciones tocamos esa noche del 31 de diciembre, pero seguramente hicimos casi todos covers y algunos de nuestros temas.», recuerda en conversación con Rolling Stone Argentina Gaby Goncalves, histórico mánager de la banda, a 30 años de esa primera anoche, mientras también acota que el primer nombre que barajaron fue La Vieja, pero desistieron cuando apareció por el barrio una serie de pintadas de otra banda nueva llamada Viejas Locas, que estaba surgiendo al mismo tiempo en Lugano.

En los primeros tiempos, La Renga contaba en su repertorio con canciones de clásicos universales como Creedence Clearwater Revival y argentinos como Vox Dei, Manal, Dulces 16, Color Humano; y unas pocas propias, como «Oportunidad Oportuna», «Un Tiempo fuera de Casa», «Cortala y Olvidala», que Gustavo «Chizzo» Nápoli traía de proyectos anteriores, y una que había compuesto Raúl «Locura» Dilelio y tocaron muy pocas veces, «El rock de Mataderos».

Chizzo ya tocaba desde 1987 con Dilelio, un guitarrista del barrio unos años mayor, en la banda Cólera. Pero el proyecto quedó abortado cuando fue convocado a hacer el servicio militar obligatorio en el Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín. Al volver de la colimba, «Chizzo» comenzó a trabajar como plomero con su padre, Vito Nápoli, e insistió con la idea de armar un grupo de rock con los amigos del barrio que durante un tiempo se habían juntado en la esquina de Homero y Eugenio Garzón. «Era plomero porque tenía que ser plomero ¿Qué iba a hacer? ¡Tenía que ir a laburar! Entonces tocaba la guitarra como para desenchufarme un poco de eso» dijo Nápoli sobre el comienzo de la banda en una entrevista de 1999.

Dilelio le presentó a Gabriel «Tete» Iglesias, quien trabajaba en una fábrica de cables de bujías y tocaba la criolla, pero como era el que menos habilidades tenía con las seis cuerdas, se adueñó del bajo. Faltaba un baterista, y alguien pensó en su hermano, Jorge, dos años mayor, que tenía cierta experiencia y tocaba en el grupo de heavy metal Nepal.

La madrugada del 1 de enero de 1989, después de brindar con su familia, Chizzo le pidió prestado el Torino azul al padre y pasó a buscar los instrumentos y equipos por la casa de los hermanos Iglesias. «Tanque» recuerda así la escena: «Vino el Chizzo re loco y me dijo ‘me prestas la batería’. Le dije que no, pero a los 10 minutos le dije que sí y estaba tocando con ellos. Ahí se formó La Renga».

El manager aclara que esa noche la idea no fue armar el primer show de La Renga, sino salir a tocar en la vereda para divertirse del mismo modo que muchos vecinos los 31 de diciembre sacaban un equipo de música y se juntaban a bailar: «Recién estábamos empezando. Y ‘Tanque’ nos había dicho que nos daba una mano con la batería e iba a tocar con nosotros en las fechas que no tocara con Nepal. Dos semanas después tocamos por segunda vez en el Club Larrazábal.»

En un principio, formados como cuarteto y sin su actual y característico vozarrón, «Chizzo» tocaba las bases y cantaba, mientras que «Locura» se hacía cargo de los solos de guitarra de una banda que, con el paso del tiempo y la partida del guitarrista, dejaría su lado más festivo, evidente en canciones como «Blues de Bolivia», para endurecer su sonido.

En una entrevista con el diario Los Andes de 1998, «Tete» contó: «Cuando se formó La Renga, no pensamos en hacer un género especifico. Pensábamos mucho en la amistad, la unión, sentir algo y defenderlo, defender los derechos humanos. Esas son nuestras banderas.»

Continuando el camino que había trazado Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, la banda a la que habían ido a ver al Teatro Bambalinas y La Esquina del Sol, La Renga estableció desde las primeras presentaciones sus reglas a la hora de armar un show. Bastaron 4 o 5 recitales en pubs para que renunciaran a la idea de tocar en todo tipo de lugares que los obligaran a vender anticipadas. «Nos propusimos que, si teníamos que salir a vender entradas, lo íbamos a hacer para nosotros mismos», asegura Gaby. Y buscando lugares alternativos para organizar shows, encontraron El Galpón del Sur, en Humberto 1º y la avenida Entre Ríos, en el que hicieron base debido a su ubicación cercana al centro de la Ciudad y comenzaron a armar una serie de shows. «En aquella época no había tanta oferta de lugares para tocar y no teníamos la trascendencia para poder llegar a Cemento porque los que venían a vernos eran nuestros amigos que querían divertirse. El que podía pagar una entrada lo hacía y el que no podía, no».

Antes de conseguir el logotipo que sería estampado en miles de remeras, con la idea de hacer conocido el nombre de la banda hicieron un sello de goma que en letra imprenta decía «LA RENGA ROCANROL» y pegaron etiquetas autoadhesivas en el techo de todos los colectivos que pasaban por el barrio. Después vendría la parte de la historia más conocida: el primer casete grabado y fabricado con un bajo presupuesto, Esquivando Charcos; el primer hit, «Voy a bailar a la nave del olvido»; Los Mismos de Siempre multiplicándose por los barrios, el barrio llegando a Obras; un contrato con Polygram que cambiaría las reglas de la industria discográfica; un paso por Stadium; Obras y las canchas de fútbol: Atlanta, Ferro, Huracán, Vélez, Newells y River.

«Casi al mismo tiempo que La Renga aparecieron Bersuit, Los Piojos, Caballeros de la Quema, Todos Tus Muertos, El Otro Yo, Viejas Locas. Fue un movimiento de grupos que sucedió también a nivel mundial con bandas como Guns N´ Roses, Nirvana y Parl Jam. El mundo estaba necesitando ese cambio. Fue como un resurgir del rock que, en aquel momento, a mediados de los 80, se había puesto medio pop», dice el manager.

Desde el primer momento hasta hoy, la sala de ensayo de La Renga se convirtió en el refugio en el que músicos, mánager, encargado de prensa, sonidista, asistentes y todo el staff técnico de amigos -más de 20- que también forman parte de la banda se reúnen a comer asados, zapar y escapar de la rutina. «La esencia en estos 30 años de la banda ha sido siempre la misma. Lo que varía es quizás la forma en la que preferís caminar ese lugar. Para nosotros, lo primero son las canciones: la música fue lo que nos trajo y nos llevó a pasear por todos estos lugares», dice Gaby.


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