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Editorial de Freddy Stock, jueves 08 de mayo.

El encapuchado… que triste y repugnante figura es la del encapuchado, ese que esconde la crítica detrás de un seudónimo, el que tira la piedra desde donde nadie lo ve, el que no es capaz de dar la cara de frente, de usar el argumento, de mirar a los ojos. El encapuchado está ligado al rumor, esa costumbre cobarde de desparramar mentiras para atacar y destruir; el encapuchado es pariente de lo oscuro, de lo siniestro, de las cucarachas que arrancan y se esconden.

En cada marcha, en cada protesta pacífica, organizada y noble, aparecen estas cucarachas. Son pocos, apenas un puñado que muerde y destruye. Cumplen la labor de quienes se oponen a los cambios, parecieran ser enviados por el enemigo de las causas que motivan esas marchas. Atacan a la policía uniformada pero nadie sabe quiénes son, de dónde vienen, qué quieren, a quiénes representan. También muerden como las hienas a los propios ciudadanos que se manifiestan. En la pasada marcha del Día del Trabajador, una decena de miembros de las Juventudes Comunistas terminaron en la Posta Central luego de enfrentarse a estos encapuchados que intentaban llegar hasta el escenario central de la CUT.

Pese a todo, la policía no logra contenerlos, atraparlos o impedir que sigan apareciendo cada jornada de protestas. Gracias a los encapuchados, las causas se distorsionan y ciertos medios terminan hablando de desmanes, de delincuencia. Y los políticos amantes del orden «a toda costa», se envalentonan y comienzan a soñar con leyes filo fascistas que pretenden terminar con las marchas masivas, las causas y la libertad de protestar en las calles. Leyes anti encapuchados, como si no existiera ya en nuestra sociedad todas las leyes capaces de poner fin a estos sujetos de las tinieblas. Pero algo pasa que no se hace. Algo que no se entiende. Una razón que -vaya paradoja- pareciera también estar encapuchada…


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