PUNTERO FANTASMA

La segunda Copa Chile: los amateurs hacen el loco

Hacia fines de los años 50, el mapa del fútbol profesional chileno nacía en La Serena y moría en Talca. El Norte Grande, Bío Bío y toda la zona austral eran un misterio para el hincha promedio; se hablaba con respeto de grandes equipos provincianos –Unión Bellavista, el Vial, Naval– pero en Santiago casi nadie los había visto jugar.

Por eso la Copa Chile, que en 1959 cumplía su segunda edición, era vista con curiosidad por el medio. Este torneo -siempre experimental, siempre a medio morir saltando- permitía dimensionar a un fútbol desconocido, que además debía ser la base para las selecciones amateur que participaban en torneos preolímpicos y similares.

Fue justo ese año, sin embargo, cuando la ilusión se rompió. La prensa y el público comprobaron que los peloteros que jugaban sólo por amor a la camiseta no eran tan buenos como los que jugaban por plata. En verdad, eran harto malos.

De partida, esa Copa Chile -compactada a lo largo de un mes a fin de año- refrendó algo que ya se intuía: aún las más conspicuas selecciones provinciales, que reunían a lo mejor de ciudades grandotas, eran sistemáticamente avasalladas incluso por los reservas de equipos capitalinos.

De todos los cruces iniciales, sólo la vecina Selección de Peñaflor -sustentada en jugadores semiprofesionales del Thomas Bata– logró avanzar de ronda al eliminar al agonizante Green Cross. Fernández Vial, el linajudo campeón penquista, no pudo con Magallanes, claramente un equipo del montón de Primera; la selección de Cauquenes, que tenía fama de invencible, se llevó dos goleadas de parte de los juveniles de la Unión Española.

Y luego vino lo peor. La selección de aficionados que aspiraba a disputar los Juegos Olímpicos de Roma derechamente hizo el ridículo ante Argentina: 11 a 1 fue el marcador global.

Fuera de sus casillas, así resumió el bochorno Pancho Alsina: “Sencillamente, el fútbol amateur chileno no está en condiciones ya no de competir, sino siquiera de participar en una justa de tanta trascendencia. Pero la Federación Nacional ratificó su inscripción y decidió someterse a la eliminatoria con Argentina. Medida sin asunto, porque nada provechoso podía extraerse de ella. ¿A quién se entregaría la representación nacional en esta ocasión? Ya para las Olimpíadas de Helsinki se hizo el experimento, enviando al equipo de Naval de Talcahuano, que a la sazón pasaba por su mejor momento y fracasó. No se podía pensar en estas circunstancias en algunos de los seleccionados amateurs del último Campeonato Nacional, cuya modestia de capacidad quedó expuesta en las fases eliminatorias de la Copa Chile (Calama y Peñaflor, campeón y subcampeón respectivamente, fueron goleados estrepitosamente por Deportes La Serena, el equipo que acaba de descender en la División de Honor). Ante este panorama, que por lo demás era bien conocido antes de adoptar la determinación de postular al viaje a Roma, lo criterioso y lo prudente era renunciar a él de antemano”.

Su opinión era tajante: derechamente, los ingenuos jugadores amateur no tenían mucha idea sobre técnicas, tácticas ni “la conformación general del juego”. El sueño del cronista era que, poco a poco, el roce que adquirieran los equipos provincianos gracias a la Copa Chile fuera nivelando fuerzas. Lo que ocurrió, al cabo, fue más radical: en la década que vino, casi todo el país se sumó al profesionalismo y así se acabó el misterio sobre el real poderío futbolístico del Chile profundo.

Fotos: revista Estadio.


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