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COMENTARIO // La armonía y la furia

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Patricio Jara comenta «Magnaa», nuevo disco de los nacionales Thornafire.

Las ambiciones artísticas (y sobre todo las grandes ambiciones) nunca son mal vistas en la medida de que tengas el talento suficiente para respaldarlas. Talento y ganas de demostrar que todo a cuanto aspiras no es sino la consecuencia lógica de años de esfuerzo y de convicciones puestas a prueba. Esto es lo primero que queda en evidencia luego de escuchar Magnaa, el nuevo álbum de los nacionales Thornafire (FDA Rekotz), el cual saldrá a la venta en Europa a fines de septiembre.

Grabado entre febrero y junio de este año en el estudio Sade, con Juan Pablo Donoso, su ex baterista, y mezclado y masterizado en Soundlodge (Alemania), sin duda que es un paso adelante en comparación a Eclipse Nox Coagula (2012). No sé si es mejor, pero es distinto: suena más nítido, más compacto y, por lo tanto, se hace más visible que es un trío haciendo death metal y no un regimiento levantando una muralla sonora para ganar por paliza.

Y quizás allí está la gracia (y el mayor valor) de la propuesta de Víctor Mac-Namara, guitarrista y principal compositor e intérprete de la banda: aprovechar esa aparente precariedad para sacar el mayor provecho a cada instrumento. Debes ser realmente bueno para atreverte a tocar metal como trío, pues es imposible esconderte.

Conceptualmente, Magnaa sigue una línea similar a los discos anteriores: la agonía, la imposibilidad de redención, los cuestionamientos existenciales y odio contra aquellos de los que esperamos algo que siempre nos negaron. Exagerando la ruina caída / sobre los hombros del débil / que crece hacia abajo, cantan en “Vortex de Sileo” o bien: Envenenando la sangre / caníbal bebe en la copa / saboreando la vida humillada (“La voluntad de los autócratas”).

Pero más allá del mensaje (y del artificio y de las metáforas que engloba el metal), los énfasis de Christian Argandoña (bajo y voz) y sobre todo lo pulcro de sus letras, partiendo desde los títulos, son una característica que Thornafire ha sabido cultivar.

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Musicalmente, Magnaa es un disco completo. Basta poner ojo a la introducción, intermedio y cierre para advertir que se trata del trabajo que no se impuso topes, y al mismo tiempo sumó a algunos invitados como Marco Bianchi (Sorrowfield) y Álvaro Lillo (Watain, Undercroft).

Desde “La sierpe”, el primer tema, hasta “Espiritual Lid Paranoia”, la banda echa mano a todos los recursos creativos que le ha dado la experiencia: riffs que van y vienen entre ritmos sincopados, armonías y segmentos que no le temen a la melodía ni a los arreglos de cuerda ni a los teclados para de reforzar determinadas atmósferas.

Al final, no importa cuán rápido eres a la hora del blast beat ni tampoco lo que seas capaz de hacer con el doble bombo (no el doble pedal), sino de qué modo puedes matizarlos, realzarlos o bien interrumpirlos para sorprender a quienes están del otro lado del parlante. Y en eso las composiciones de Víctor Mac-Namara están llenas de detalles, algunos de los cuales recién descubres a la segunda o tercera pasada del disco. Otros, en cambio, son más frontales, como ocurre con “Sacrificial Catabasis” y su partida demoledora, o bien “La esencia invisible” y ese pasaje deslumbrante a partir de los 2:45.

Mención aparte para “Scorching Iron Thorns”, tema que pertenece a las sesiones de grabación de Eclipse Nox Coagula (misteriosas son las razones por las que los músicos deciden dejar fuera cierto material), y al extraordinario instrumental “Corvus Corax”, con el que uno entiende mejor dónde están las fuentes creativas que inspiran a la banda: los grandes compositores europeos del siglo XVIII y XIX.

Thornafire ha regresado con un disco imponente, de estándar internacional, y a la altura de sus ambiciones.


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