MALDITO ROCK AND ROLL

Fulano: 30 años de insurrección musical y eclecticismo antihegemónico (2° parte)

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Ernesto Bustos continúa recordando el documental inconcluso de la banda.

Hoy es el gran día para la militancia Fulano. Como parte de la celebración de sus 30 años de trayectoria, la banda que hoy lidera Cristián Crisosto y Jorge Campos tocará en forma íntegra su primer disco homónimo -21:00, en la SCD Bellavista- y tal como lo adelanté hace algunos días, en esta ocasión pretendo finalizar la revisión de un reportaje aparecido en junio de 2005, con motivo de la cinta todavía inconclusa “Fulano cuenta la historia de Chile: preludio para un largometraje documental”.

En esta ocasión pretendo adentrarme en un par de conversaciones sostenidas para ese propósito con Crisosto y Arlette Jequier sobre la muerte de Jaime Vivanco y la filosofía a la que responde la música de Fulano.

La cita fue casi como una suerte de visita a una casa de seguridad de esas que existían en dictadura y que servían para proteger a militantes o gente amenazada por el poder de facto.

En el sector de Kennedy con Padre Hurtado se ubicaba aquel sitio que servía a ambos músicos como rincón para dar clases de canto, saxo, clarinete y flauta traversa. A ese encuentro también asistió Pablo Leighton, director del mentado documental, quien, en todo caso, no intervino más que en un par de explicaciones respecto a la cinta, expuestas en la primera entrega de esta columna.

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La vida sin Vivanco

-¿Por qué se separó Fulano?

La pregunta hecha a Cristián Crisosto y Arlette Jequier tiene una sola respuesta. «Sin Jaime o cualquiera de nosotros que no estuviera, la banda no tenía nada más que hacer. En ese mismo instante, doloroso en extremo para todos, Fulano se acabó».

Es que el aporte musical que entregaba el pianista fue gravitante en los casi veinte años que duró la banda. Y cuando Arlette Jequier se refiere a su amigo, los recuerdos afloran espontáneos.

«La muerte de Jaime nos impactó a todos, más considerando que días antes había fallecido el ‘Gato’ Alquinta. En el caso de Fulano hubo cosas bien sintomáticas. Pareciera que el destino hubiera previsto que Jaime se iba a morir, porque en el fondo hicimos cosas en vivo, grabamos muchos conciertos con la vuelta de Fulano en mayo de 2002, se acercó mucha gente: cineastas, fotógrafos que empezaron a capturar todo», cuenta la cantante, y agrega una frase más decidora todavía para explicar la particular personalidad de uno de los cerebros de la banda: «Me da la impresión que a Jaime vivir le dolía hasta lo más profundo de su alma».

Crisosto recuerda de manera muy especial aquel último ensayo de Jaime Vivanco y de Fulano (hasta esa época). «Se documentaron muchos conciertos, muchos ensayos y lo más importante fue uno que se grabó días antes que se muriera Jaime. De una u otra forma, eso adquirió un valor emotivo que nadie andaba buscando, pero que quizás Pablo Leighton, con su idea testaruda de intentar reflejar lo que era el grupo en su desarrollo, sí lo logró», agrega el saxofonista.

Las filmaciones, insiste, captaron sistemáticamente muchas actuaciones de la banda desde 1997 hasta el último ensayo.

«Me cuesta ponerme en el plan de definir qué aportaba a Fulano. Había como una especie de grupo, de cuerpo, de articulación grupal, que era la que determinaba un poco los sonidos que se obtenían. Me parece que esa era la idea», reconoce Crisosto.

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Catarsis y «eclecticismo antihegemónico» por siempre

Así ha definido siempre Cristián Crisosto la música de Fulano. Nada de jazz rock, free jazz, vanguardia o música experimental.

En una sala de esa casa en el sector aledaño a las intersecciones de Kennedy y Padre Hurtado, el músico se animó a revivir algunos momentos relevantes de la banda, protegido siempre por sus dos escuderos, Miles Davis y Frank Zappa. Todo a media luz, dos sillas, el ruido del tráfico callejero y el cara a cara con el autor de esta columna.

«Maestros, ¿verdad?», defiende a sus mentores musicales. Y de inmediato recuerda el momento en que Fulano se convirtió en un agente conductor de sensaciones.

Como era habitual en la dictadura, la agrupación debió batallar contra el poder fáctico, la represión y la censura. Con posterioridad a la Operación Albania (15 y 16 de junio de 1987), la banda se presentó en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, en la sede de Las Encinas.

El ambiente era de mucho pesar y rabia. Mil quinientas personas fueron testigo de cómo Fulano vomitó su desencanto por la muerte de los doce frentistas y en especial de Ricardo Silva, hermano de Hugo, ex integrante de Santiago del Nuevo Extremo, a manos de la CNI (recordar que de dicha agrupación Cristián Crisosto, Jorge Campos y Willy “Free” Valenzuela armaron Fulano en 1984). «Pintamos una bandera chilena en blanco y negro y la pusimos como telón de fondo. Había una huea’ en el aire que se sentía. Creo que fue la vez que más rabia he sentido en una actuación. Como que incitamos al público a dejar la cagada con nuestra música. Cada tema era como un grito de guerra», relata Crisosto.

En otra ocasión, en una tocata en el Café del Cerro, carabineros lanzó dos bombas lacrimógenas al interior del local. El ambiente se hizo irrespirable. La banda tuvo que parar de tocar y el público conducido al patio central, una suerte de parrón que unía la entrada con el café propiamente tal.

Un pedazo de la historia de Chile quedó inconcluso y quién sabe cuándo el círculo se cierre. Hasta ahora, nadie de los involucrados se ha pronunciado al respecto. Es más, cuando Arlette Jequier todavía era parte de Fulano, me crucé con ella en el edificio corporativo de Ibero Americana Radio Chile y, derechamente, le pregunté por el documental y su director. La respuesta no sé si tomarla en serio o no: «¡¡¡Chuta!!!, me vas a creer que a Pablo se lo tragó la tierra… ni idea de él”.

Sería todo.


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